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domingo, 26 de junio de 2011

CORPUS CHRISTI TOTUS EST

Cuatro días antes del jueves que ha vuelto a brillar más que el sol, el señor alcalde y un puñado de concejales subieron a la Academia de Infantería y, más chulos que un ocho vestido de domingo, juraron bandera con toda solemnidad.
Está visto que, a unos con el canguelo y a otros con la nostalgia, el ejército le sigue marcando el paso a la mayoría de políticos de este país.


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Y ese mismo día, la candidata que no quería ganar (y no ganó), a la pregunta de la periodista, mostró un grado tan alto de entusiasmo que allí mismo, repito, cuatro días antes, prometió que por su remozada mejilla habría de resbalar una lagrimita en el momento en que la banda militar hiciera sonar el himno nacional en honor del Santísimo en la mañana del Corpus.
Una de dos: o esta señora tiene un dominio sobrehumano de sus emociones y sus esfínteres o me malicio que tiene una boca que habla en su nombre sin contar con ella para nada.


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Y no te digo nada cuando se nos aparecen juntos Iglesia y Ejército... ¡Ay, que me da!


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Que digo yo para qué están las leyes y los reglamentos, pues para eso: para ponerle el culo un día al canguelo y otro a la nostalgia.


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Y amaneció el famoso jueves entre bombazos y fragancias vegetales. Y todo discurrió como Dios manda (faltaría más): No se echó de menos la planta retrechera de la nueva presidenta, con su mantillita y su canesú; ni el mitin eclesiástico, ése que sólo se echa desde que nos dejó su Excelencia y la democracia se empeñó en legislar a su aire (cuando la dejan); ni los diversos fantoches que envueltos en los colorines adecuados le dan aguerrida custodia a la custodia...


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Tampoco faltó la homilía de BONO, ESE HOMBRE encaramado al balcón del Gobierno Civil, de la que he de confesar que únicamente entendí que la calle madrileña en que se levanta el Congreso de los Diputados no se llama Carrera de don Jerónimo sino Carrera de San Jerónimo. Y que por algo será.
La verdad, este sujeto, cuando se pone, es realmente brillante. Las cosas como son.


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Quién te ha visto y quién te ve.
Antes Jerónimo con jota,
ahora Gerónimo con ge.

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Esa noche yo tuve un sueño muy hermoso.
Pero eso es cosa mía.


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Pero, con todo, puede que lo más sobresaliente del día fueran las declaraciones del señor alcalde, tan profundo como oportuno, asegurando que "El Corpus es una síntesis perfecta de lo que es Toledo y los toledanos".
Esto es antropología cultural y lo demás tonterías de gente atravesada. Claro que no sé dónde nos dejamos la consabida tabarra de las tres culturas de otras ocasiones. ¡Ah, bueno, que ese día no tocaba!

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Pero, en fin, dejémonos de babosidades y corramos un estúpido velo.

¡Alejémonos de la Edad Media a toda pastilla y volvamos a este XXI de nuestras crisis!
¿O no?



domingo, 12 de junio de 2011

BONO, ESE HOMBRE

Hace ya muchos años que, con la excusa de no recuerdo qué trascendental efeméride, anduvo por los cines de España una película titulada FRANCO, ESE HOMBRE, realizada por un director algo familia, según creo, del fundador de la Falange. En dicha pelicula, aparte de glosar la vida y milagros que llenaban la hoja de servicios del generalote felón, se nos mostraba un retrato formado a base de las cualidades más pretendidamente "humanas" y cotidianas del protagonista.

Pues bien, no es por nada, pero tengo para mí que ya va siendo hora de que alguien se decida a hacer la película de don José Bono antes de que su currículo de gilipolleces sea tan abultado que resulte imposible, corriéndose así el riesgo de perder para la posteridad una colección tan abundante y sustanciosa que parece mentira que sea obra de una sola persona, por muy autocondecorada que esté.

La última de ellas, a propósito de la fallida alcaldía socialista de Illescas, lo retrata como el paradigma de todo lo que en las últimas semanas se ha venido denunciando en las asambleas populares de las plazas de este país. Y eso que de un tiempo a esta parte parecía haberse agotado el saco de las maldades y ocurrencias sin gracia del conocido maestrillo en tejemanejes.

Con ocasión de la toma de posesión del alcalde de Toledo, va el personaje en cuestión y con unos micrófonos delante (fotos y micrófonos, el colmo de sus pasiones/neurosis íntimas), a cuenta de lo sucedido en la capital de la Sagra, suelta la siguiente perla: "A Cayo Lara en IU le hacen menos caso que en mi pueblo a la Cipriana en los títeres". O algo así.

Independientemente de que IU sea una grillera impresentable y de que a la Cipriana en Toledo la conozcamos como la Tomasa, lo cierto es que la frasecita define al señorito en su exacta dimensión política.

Porque no sé si mucha gente se habrá fijado, pero en este país ni Dios habla de política. Aquí sólo se habla del poder. El poder, ése es el tema único y recurrente. Y el señor Bono, como ya se ha dicho, es el mejor ejemplo de esta vieja actitud partidista, con una particularidad que lo singulariza , ya que se trata de un tipo que por no creer no cree ni en partidos ni en nada que no sea él mismo.

No hay más que hacer un ligero repaso a su trayectoria desde que, allá por los años ochenta, fue a dar con sus posaderas en la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Este individuo, cuyas dotes para el manejo presiento que ni él mismo conocía, fue descubriendo con el paso de los años que no le satisfacía del todo contar con los votos que le daba su izquierdismo guerrista del momento. De modo que, ni corto ni perezoso, decidió ampliar el "caladero" (Bono dixit) en todas direcciones, se dijera lo que se dijera. Y así, desde entonces, lo mismo doraba la píldora a los empresarios a base de sindicalismo joseantoniano, que citaba a Karl Marx si sospechaba que la audiencia iba de izquierdosa; lo mismo regalaba relojes a manos llenas en un alarde de populismo repulsivo, que se carteaba con las monjitas que en las clausuras rezaban por que no dejara desamparada a la tierra y las gentes que tanto le necesitaban; lo mismo acariciaba melífluo la estola de los arzobispos más reaccionarios del orbe vaticano, que evocaba con emoción sin límites las figuras más radicalmente anticlericales, por ejemplo, de la historia de la poesía española del siglo XX. Y todo ello, naturalmente, previa calculada elección del momento y la ocasión electoralmente más rentable.

PORQUE YA QUE LO ÚNICO QUE IMPORTA ES EL PODER, TODOS LOS VOTOS SON MÍOS, MÍOS, MÍOS... Y DE NADIE MÁS.

No importaba lo más mínimo si esta tendencia personalista hacia el partido único conllevaba reinar sobre una dictadura democrática, por así decirlo. Y no son palabras hueras. ¿Quién se atrevía aquí a moverse que no tuviera el placet del Jefe? ¿En qué medio podían verterse opiniones que no fueran de su agrado sin que él o sus sicarios no lo persiguieran hasta arrancarlas de raíz.

Pues bien, ésta es la actitud que mantienen los "grandes" del bipartidismo respecto a los "pequeños". Sobre todo y desgraciadamente en la izquierda, lo que en cierto modo vendría a explicar algunos de los más turbios complejos del PSOE. De manera que esto de los tamaños políticos no es sólo cuestión de una ley electoral injusta, lo que se da por supuesto, sino del estilo de estos funambulistas del poder que no parece sino que han conseguido en una tómbola el título de demócrata: al pequeño, si sostiene ideas o propuestas que ideológicamente dejan al grande con el culo al aire, se le aplasta; si se presenta o se fabrica la oportunidad de comprarlo o corromperlo, se le fagocita o simplemente se le anula; y si fuera el caso de necesitar sus votos para llegar al poder, por ejemplo, de una alcaldía, no hay más que disponer de ellos como y cuando apetece, sin más compromisos ni escrúpulos que valgan. Al fin y al cabo, todas ellas, simples variantes del desprecio.

Son los componentes imprescindibles de esta DEMOCRACIA ARTIFICIAL YA, de la que don José Bono viene a ser por derecho propio uno de los representantes más cualificados, si no el que más.
















































viernes, 10 de junio de 2011

MENTIROSOS

Aquí, todos hablamos de lo mismo y con parecido grado de indignación. Aquí, todos vamos de Pilatos, quiero decir, todos nos lavamos las manos como si ninguno tuviera nada que ver en el asunto. Y, entonces, yo me pregunto:

¿Quiénes son en realidad los corruptos?

¿De dónde sale tanto mangante como llena nuestra vida institucionasl y social? ¿Dónde se acuña tanto impostor?

¿Serán todos ellos acaso una tropa de chinos que se ha adueñado del negocio sin que nos hayamos dado cuenta?

Y, sobre todo, ¿cuántos son? Porque, vamos a ver, digo yo que alguna vez habría que contarlos, aunque sólo fuera por echar un poco de luz sobre la ciencia estadística. O eso, o habrá que concluir en que ésta es una tierra de embusteros redomados.

Me pasa con esto últimamente lo mismo que con los heroicos luchadores antifranquistas. Pasado el tiempo y los riesgos ineherentes al caso han salido a relucir tantos que, si los contáramos, nos encontraríamos con que en su día no habrían cabido en la península ibérica. Falso todo de toda falsedad. Y lo sé de buen a tinta. El cuñado de un vecino de un primo segundo del tercer marido de mi tía abuela Eufemia (q.e.p.d.) jura y perjura que eran cuatro gatos. Y digo yo que algo debe de saber el hombre porque a lo que parece él si estuvo en el ajo. Siete años de cárcel lo atestiguan. Y eso sin contar con que el pájaro se murió en su camita, de un hospital y no muy tranquilito, el pobre, es verdad, pero sí en su camita. Así que menos lobos, Sebastián.

Pero volvamos a nuestro asunto. La cuestión es que a mí, lo que se dice estadísticamente, las cuentas no me salen. Y de verdad que, con la que está cayendo, nada me gustaría más en el caso que me ocupa. Pero, lo dicho, la sencilla ecuación en que me debato no puede ser más elocuente. Por un lado, hace unos días, diversas encuestas nos vienen con que casi un ochenta por ciento de la población española se muestra de acuerdo o muy de acuerdo con la mayoría de las reivindicaciones formuladas por los "Indignados" del 15-M, ya saben, los almacántaros que exigen "democracia real ya". Y, por otro y como todo el mundo recordará, todavía no hace ni tres semanas que se celebraron elecciones municipales y autonómicas en la mayor parte de España con el resultado de todos conocidos y cuyas cifras aún pueden ser contrastadas fácilmente.

Por lo que, naturalmente, ante esas cifras la pregunta se formula por sí sola: Si casi el ochenta por ciento de la población está tan indignado, ¿quién elige a tanto figurón de tan diverso pelaje como pudre el bendito Sistema y con qué porcentaje?

¿No será que es éste un país de estómagos agradecidos?

¿O acaso será que no somos más que una enorme peña de chaqueteros y emboscados que dicen una cosa y hacen otra?

¿O será que, siendo una banda de sumergidos mucho más amplia de lo que suele creerse, nos explayamos cuando un extraño con un cuaderno o un micrófono nos pregunta garantizándonos el anonimato?

¿No será que, aun produciéndonos asco los males que aquejan al dichoso Sistema, para nosotros lo principal es pensar que tal vez un día podamos usarlos en nuestro provecho, que nunca se sabe?

¿O no será, sencillamente, que, al igual que Belén Esteban, el tal sistema nos divierte hasta partirnos el culo aunque en el fondo nos repugnen sus fallos y pestilencias?

Pero no.

Lo que sucede, y no hace falta ser un lince para verlo, es que aquí todo el mundo miente. Miente votando por lo que pueda caer. O miente no votando al tiempo que se engaña a sí mismo por aquello de la repulsión que me causa esta merienda de negros. O bien miente cuando se indigna pero no se ve dotado para indignarse cuando miente. Y, por supuesto, miente cuando le dicen que es para una encuesta, ya que no es lo mismo opinar, un suponer, sobre diferentes clases de vino que sobre los arreglos nasales de Belén Esteban. ¿O era del dichoso Sistema de lo que hablábamos? El amable visitante sabrá perdonarme, pero puedo asegurar que con tanto ajetreo mental a veces me siento incapaz de distinguir al uno de la otra.
El caso es que, a la vista de semejantes distorsiones estadísticas, uno no puede evitar hacerse sus muy particulares consideraciones.

Unamuno, un moralista atormentado del que hoy nadie se acuerda, impenitente militante de la desesperanza, señaló hace muchos años la envidia como el rasgo que caracterizaba, según él casi genéticamente, el comportamiento de los españoles. De ahí la tendencia cainita que había llenado la historia patria de tantos y tan trágicos enfrentamientos.

Y es en este momento cuando trato de recordar quién era el que decía que la raza hispana no evoluciona. Pues bien, ahí lo tenemos.

Lo cierto es que este pueblo no es que bata cada día marcas de incultura y estupidez, que también, sino que está perdidito de mentiras y mentirosos. Y no sé yo qué será peor.

¿Será por esto, en fin, por lo que algunos le han despojado del nombre y lo han llamado "ciudadanía"?




NOTA: Aquí, entre nosotros, ésta es la razón por la que estoy convencido de que el 15-M morirá de inanición a no tardar demasiado. Contra una "ciudadanía" que disfruta mintiendo y engañándose a sí misma como lo hace la española no hay movimiento que valga, por muy cargado de verdad y justicia que se manifieste.















viernes, 3 de junio de 2011

REQUETEMIAU

No consta si, antes de pegarse un tiro, don Ramón Villaamil tuvo que pasar el trago de una noche electoral contraria a sus apetencias. Don Benito Pérez Galdós, tan explícito para otras cuestiones, no nos dice nada al respecto. Así que, haciendo uso de la libertad que por omisión el cronista nos otorga, hemos de suponer que el pobre don Ramón se quedó sin ocupación a consecuencia de un hecho similar.



Muchos años después, en una aciaga noche de mayo del año 2011, Moncho Villaamil, tataranieto de don Ramón, esperó, primero con inquietud y después con creciente ansiedad, que las cifras de los resultados electorales dieran un giro que enderezara la tragedia que a pasos agigantados se instalaba en sus tripas. Las horas pasaban y los resultados, no sólo no giraban, sino que implacables aumentaban el peso de la derrota.



Ante la pantalla gigante de televisión en que se mantenían desde hacía diez minutos los números definitivos así de la capital como de los principales pueblos de la provincia, el Vicesecretario Provincial del partido y Asesor para Cuestiones Muy Escabrosas, desalentado, admitió por fin que todo el pescado estaba vendido. Así que no quedaba otra que repirar hondo, restregarse los ojos de la incredulidad y pensar en volver a casa a buscar el viejo ejemplar de Miau, el mamotreto en el que se contaba la historia de su antepasado. Y no porque quisiera revisar algún pasaje en especial, ya que no lo había leído, sino como reconocimiento de que la jornada electoral se había convertido en una cuestión familiar.



Tratando de recordar los detalles de su peripecia, por primera vez en su vida pensó que acaso eso de leer era más importante de lo que siempre había creído. Sin duda lamentaba no haber leído más en general y, desde luego, se reprochó a sí mismo no haber leído aquel libro en particular el día en que un extraño se lo aconsejó con la mejor de las intenciones. Lo recordaba muy bien: fue aquella tarde en que se decidió a entrar en la sede del partido con la intención de afiliarse. En un cuarto pequeño y sin ventilación, un viejo militante pegaba sellos en un montón de sobres con propaganda del partido. Viendo que el futuro Vicesecretario no sabía qué hacer, le preguntó qué deseaba. Y aquí viene lo que le dijo, antes incluso de que él terminara de confesarle su intención. "Compañero", le dijo, "yo ya tengo muchos años de recorrido en esto de la política y puedo, por tanto, hablarte con sinceridad: el mejor consejo que puedo darte es que, antes de afiliarte, le eches un vistazo a la historia de don Ramón Villaamil."



Sorprendido por la coincidencia, el Vicesecretario en ciernes, sin embargo, no creyó pertinente descubrir el parentesco que le unía a aquel don Ramón que al parecer tenía tan impresionado al viejo militante.



Y es que, aparte de que no era la primera vez que por parte de algunos familiares recibía la misma invitación, él era joven, muy joven, y acaso más botarate de lo normal, o más listo, que eso nunca se sabe. El caso es que por el momento, en lo tocante a vocación política, no estaba dispuesto a admitir que aquel viejo ni nadie pudiera darle lecciones de ninguna clase. Así que, teniéndolo tan asumido, a cuento de qué debía él perder su tiempo en lecturas y tonterías.



Sin saber muy bien por qué, unas cuantas palabras arbitrariamente desordenadas, referencia paradigmática de la concentración popular que los últimos días se había aposentado en la Puerta del Sol, se le agitaban en la mente como si buscaran desesperadamente el orden que les diera sentido. Con la mirada turbia de lágrimas y arenillas, alzó la cabeza al cielo y se concentró durante un buen rato hasta conseguirlo. La frase en cuestión era la siguiente: "No hay pan para tanto chorizo". Y, aunque no tenía él por qué darse por aludido, un escalofrío le recorrió la espalda como una cuerda de alacranes. Ahora se arrepentía de haber despachado al chófer con el pretexto de que le apetecía caminar un poco. Las piernas habían empezado a dolerle, quien sabe si como un anticipo de las caminatas que le esperaban a partir de que los nuevos responsables tomaran posesión de sus cargos y otro mindundi como él viniera a ocupar su puesto.



Una idea siniestra había empezado a tomar cuerpo en el fondo de su cerebro a cuenta de una situación que consideraba irreversible. Habían pasado algunos años desde aquella tarde en que el partido lo había acogido en su seno con el calor de una madre necesitada de su entrega. Y era cierto que desde aquel día no se habían producido demasiados motivos para sentirse orgulloso de su trabajo en los diversos cargos públicos desempeñados a lo largo de los años, pero era igualmente cierto que nadie, y esto era lo que de verdad importaba, podía reprocharle tanto así respecto a su lealtad.



Mucha lealtad, en fin, se dijo, pero he aquí que, llegado el fatal momento, se encontraba con que no sabía hacer nada, con que nunca había hecho nada, con que, despojado de su último coche oficial, en realidad no era nada. "No soy nada", dijo en alta voz, y las palabras se perdieron entre la gaseosa atmósfera de una noche que él ya había empezado a considerar una noche sin fin.



Decididamente, la solución estaba en la figura del primer Ramón Villaamil del que tantas veces había oído hablar en las navidades y cumpleaños familiares. No obstante, parecía obvio que, dadas las circunstancias tan especiales, resultaría casi una frivolidad ponerse a leer la crónica de su desgracia. De modo que otra habría de ser la salida a la delicada situación.



Una vez instalado en su sillón preferido, encontrado el viejo mamotreto y comprobado que su mujer y los niños descansaban en sus habitaciones, se dispuso a terminar de una vez con el tormento que sufría desde que se habían cerrado los colegios electorales y se habían conocido los primeros sondeos.



Todo eran temblores y crujir de dientes. Pero la decisión estaba tomada y pronto sintió que su cuerpo era ocupado por el estado de placidez que suelen acompañar a las convicciones plenas.



Desde luego, lo peor fue dar el primer bocado. Las cubiertas estaban hechas de una cartulina muy fuerte y se resistieron lo suyo hasta que por fin pudo tragarse la bola que se le formó en la boca después de mucho masticar. Lo demás no diremos que fue cosa de coser y cantar, pero sí que discurrió con menos dificultades. Hasta que, pasito a paso, llegó a la página ciento veintiuna. Mira, capicúa, qué cosas.



Fue entonces cuando empezó a sentir las primeras molestias...