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SEGUNDA

HISTORIA, GENTE Y GENTUZA

No puedo evitarlo. Por más veces que lo escucho, siempre me produce un cierto estupor la diferenciación que algunos próceres hacen entre la Toledo de la historia (léase "Toledo del negocio") y la Toledo de la gente. Como si no fuera una verdad incontestable que es la gente, para bien y para mal, la que construye la historia.

Pues bien, teniendo por ello más derecho que las catedrales, las mezquitas y las sinagogas o los emperadores y los arzobispos, la gente tiene un defecto que le es propio e inevitable, y es que nunca pide nada para sí. Está en su naturaleza diluirse en el anonimato de la masa y en el devastador paso del tiempo. Es más, yo creo que la gente ni siquiera confía en que nadie, en su nombre, pida jamás, por ejemplo, un cuarto y mitad de respeto a las huellas que mal que bien va dejando a su paso. Y no como la gentuza, cuya naturaleza, por el contrario, no consiste en construir nada, sino en aprovecharse de lo que hacen otros, adulterando la historia y embadurnándola de mierda siempre que se hace necesario.

Y por eso pasa lo que pasa, que la historia se va convirtiendo fatalmente en un erial en el que, con el sórdido fulgor de los seres únicos, sólo se alzan emperadores y arzobispos o catedrales junto a mezquitas y sinagogas. Es entonces cuando, devenida en pre-sepulcro de unos cuantos resistentes a la vez que en refugio de lujo para algunos domingueros enamorados de la tramoya y el silencio de los cementerios, la ciudad histórica se ve fatalmente transformada en un frío museo sin mayor mérito que el que pueda ofrecernos una canción sin letra ni música.
Es la hora sonada, en fin, de los cantamañanas, por supuesto.

Y de algún aristócrata, que no se me olvide.

Y a veces hasta de uno o dos sinvergüenzas a mayor gloria de la estupidez y sus diversas variantes.

De los que reúnen todas las facultades anteriores, mejor ni hablamos.

Sólo teniendo presente esta actitud exclusivista y depredadora podemos explicarnos el hecho de la destrucción implacable de la Toledo de la gente a lo largo de decenios y decenios.

Recuerdo, por ejemplo, el caso de la Posada de la Sangre, ejemplar único junto a la de San José -ya desaparecida- y la de Amancio -hoy convertida en salón de bingo-. Famosa por sus chinches y por los eximios artistas y poetas que entre ellas trataron de dormir mientras estuvo en pie, resultó, en efecto, muy dañada como consecuencia de la guerra civil, pero no tanto que se hiciera imposible una rehabilitación respetuosa y acorde con los nuevos tiempos. Muchos recordarán, pese a los escombros, la armonía de su patio y sus galerías. Sin embargo, nada se hizo en este sentido, levantándose sobre sus ruinas en cambio una edificación tan vulgar como el consorcio de ricachones toledanos que lo acometió. Y todo ello, por cierto, contra la opinión del Director General de Bellas Artes de la época. Estamos remontándonos, por si alguien lo ignora, a los años sesenta del pasado siglo. Pero eso no fue todo, sino que, ante las críticas más o menos autorizadas o más o menos tímidas, lo más escandaloso llegó cuando el perpetrador del crimen respondió y defendió con uñas y dientes que se había reealizado una rehabilitación respetuosa a la vez que modernizadora. Así, como suena. Menos mal que todavía podemos contemplar el deleznable resultado en la plaza de Santiago de los Caballeros.

Es el caso, igualmente sangrante, del Café Español, el único ejemplar superviviente de una época y ante cuya desaparición nadie movió un solo dedo (ciudades hay en España cuyos vecinos e instituciones han luchado denodadamente por salvar y mantener sus cafés contemporáneos del nuestro. ¡Qué envidia!).
Claro que no es el histórico café la única muestra del urbanismo de finales del s. XIX y principios del XX que la tormenta destructora se ha llevado y sigué llevándose por delante. Obsérvese, por ejemplo, el desolador panorama de metacrilato con que se está condenando al olvido los evocadores comercios de aquel tiempo, transformando así la calle Ancha en un mercadillo para guiris propio de cualquier enclave turístico de la costa mediterránea.

Y ya que nos ponemos en plan modernista, cómo olvidar la salvajada cometida, también durante el franquismo (pero qué más da), con la entrañable Escuela de Artes y Oficios, cuna de los anhelos y las ilusiones de tantas generaciones de toledanos (gente, al fin y al cabo). Me contaban al respecto no hace mucho tiempo que, una vez derribados y destruidos los grandes heraldos de terracota policromada que daban escolta al escudo de la ciudad (versión verdadera del otorgado por Carlos I) y la crestería que culminaba su fachada, así como la verja del gran Julio Pascual que, alzada sobre plintos de granito, protegía el edificio, se le preguntó al responsable la razón que le había movido a efectuar semejante desaguisado. Éste, a la sazón delegado del gobierno franquista para estos menesteres del patrimonio en toda la zona centro (Cáceres, Plasencia, Salamanca, etc., casi nada), al parecer no le quedó otra que afirmar que lo había tirado porque no le gustaba el efecto que hacían contemplados desde el Valle.
Respuesta bien digna del delincuente anterior, ¿verdad que sí?

Y es que a estos representantes de la gentuza nunca le faltan razonamientos con que justificar y defender sus tropelías. Ya sea el recontradiós que para algunos empingorotados personajillos fue en su día ni siquiera admitir la idea de levantar un polígono industrial en una ciudad como la nuestra, aunque también es verdad que esta vez alguien tuvo más cabeza que aquellos cultivadores de emblemáticas paponadas, y ahí lo tenemos; o la "blasfema ocurrencia", que es cómo, otros que tal bailan, calificaron en otra ocasión no menos célebre el proyecto de instalar en alguna casona toledana un Museo de Arte Contemporáneo, permitiendo con su actitud, y a falta en esta ocasión de alguna cabeza mejor amueblada, que el proyecto se marchara a Cuenca; o bien te dan con el "impacto visual" en la cara, última de las tontunas inventadas por estos amontonados para justificar su oposición al desarrollo del barrio de la Vega Baja, es decir, de una ciudad para la gente...

Por cierto, que no estaría nada mal que un día de estos, el listo de la pandilla explicara qué es esto del "impacto visual", además de una gilipollez como un piano.

Y siguiendo con el hilo anterior, hemos de convenir en que no ha tenido Toledo mucha suerte con los arquitectos foráneos. Pienso concretamente en uno, liberal y antifranquista (¡Ah, bueno!), destructor del gran patio de los Maristas (patio de las milicias antes de ser el patio de la masacre) o especulador de fachadas de quita y pon con que adornar la Casa de Munárriz (de su propiedad, naturalmente), no diré que llevando a cabo una impostura sin par, pero casi.

No, decididamente, no ha tenido Toledo demasiada suerte con los arquitectos de fuera. De algunos de dentro, también toledanistas de pro además de consumados maestros en el arte del cambalache y la comisión, tal vez un día nos tapemos la nariz y repasemos unas cuantas de sus hazañas.

Ya digo, la destrucción parece no tener fin.

Están, y no debemos olvidarnos de ellas, las pequeñas cosas, ésas que en infinidad de ocasiones cantan la melodía de la cotidianeidad con una elocuencia que para sí quisiera el cuadro más expresivo de El Greco o de Velázquez. Bien, pues éstas también son destruidas, sospecho que sin ningún interés, sino simplemente como prueba de una ignorancia y una falta de sensibilidad que ciertamente espantan. Me puedo referir, por ejemplo, a la desaparición del sillar que, mostrando el altorrelieve de un vegetal, daba nombre a la calle de La Lechuga. O también a la de los lavaderos públicos, testigo quién sabe si de los afanes por sobrevivir durante las crudas mañanas de invierno o del sufrimiento o el gozo en algunas tardes del tórrido verano. Como el que muchos hemos conocido en las Carreras de San Sebastián, allá cerca de esa columna trunca que luce airosa su fealdad infinita y absurda.

Y es que lo que no pertenece a la matraca de las tres culturas, qué quieres que te diga, como que no existe. O sea, que todo ha de estar empapado en religión, porque sólo eso forma parte de la historia. Todo lo demás es leyenda oscura y marginal.