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jueves, 17 de febrero de 2011

Toledo es mío, ¿vale?

En las cosas de Toledo, esa ciudad que podría ser maravillosa a poco que desaparecieran unas cuantas ratas, siempre me ha resultado curioso el amplio catálogo de actitudes que se suscitan. De manera que, desde la indiferencia autosatisfecha de la inmensa mayoría hasta los mercachifles de toda laya, pasando por los amantes silenciosos y doloridos, las tenemos para todos los gustos.
Sin embargo, por su  capacidad de influencia, por su carácter tantas veces decisivo en el devenir de su lánguida existencia, siempre han producido mi mayor indignación esas dos especies empeñadas desde hace siglos en hacer que esta ciudad no acabe nunca de morirse en una agonía, eso sí, cargada de huecos cantos de alabanza a su glorioso pasado así como de discursos sobre si en su cuarto trastero se amontonan tres, catorce, ninguna o sólo una sombra legendaria de cultura. Una monserga insufrible, en fin, y que, en definitiva, tiene algo de positivo: poner de manifiesto la estupidez culpable de quienes la entonan cada vez que abren la boca.
Esas dos clases de chulos de la pobre puta vieja son las siguientes: de una parte, aquellos que podríamos calificar de naturaleza depredadora, es decir, quienes la despojan de cuanto pueden en beneficio propio, recurriendo no pocas veces a destruir aquello que no pueden robar; y, de otra, aquellos que utilizan la enorme escombrera sobre el Tajo para trepar hasta lo más alto de cualquier pretensión, no importa en ocasiones si es con otro fin que no sea el de la gloria personal. Son estos últimos quienes, en el fondo de sus intenciones, aspiran al logro de la suprema categoría del SALVADOR. Nos han salvado tantas veces ya que todos los conocemos y los situamos, tanto en el presente como en el pasado. Sólo es cuestión de ponerse.
Quede claro, no obstante, que estas dos especies no son excluyentes, sino todo lo contrario, dándose el caso muy a menudo de ver sus facultades reunidas en un mismo individuo.
Pues bien, dos son los rasgos que me gustaría señalar y que creo fundamentales para entender su existencia, aunque sólo sea, pues no soy tan estúpido como para pedir a esa inmensa mayoría un esfuerzo por acabar con ellos. Tienen los toledanos sin duda otros problemas mucho más graves de los que ocuparse.
El primero es que constantemente puede comprobarse que no actúan solos, sino protegidos y acompañados por un conjunto de círculos concéntricos. A saber: el más próximo, el de los cómplices, ya sean alcaldes, curas, menesterosos de corbata, concejales, intelectuales de café, eruditos a la violeta y demás gente de mal vivir; después, el de los consentidores pasivos a la espera de algún trocito de la supuesta tarta, llámese título, medallita, condecoración, carguito (grande o chico, es lo de menos) o simple diploma de reconocimiento (y tan contentos); y, por último, el formado por lo que antes se llamaba "pueblo llano" y que ahora llaman "ciudadanía", que hace falta ser gilipollas. No importa que tras el rutilante oropel que ha equiparado a Toledo con Benidorm o con Salou continúe enseñoreándose la ruina y el abandono siempre interesados.
Por supuesto, la ciudadanía, a su manera, también es responsable: cuando llegue el momento, elegirá al más corrupto o al más tonto, le entregará su voto y se irá a la cama tan tranquilo, con la conciencia en paz descanse.
El segundo rasgo, en fin, es  aquel que define a estas bacterias como propietarios exclusivos no sólo de la ciudad (que podría ser maravillosa, etc.), sino de su historia, sus tropecientas culturas y, lo que es más descorazonador, su futuro. Son, en definitiva, quienes viven y nos obligan a vivir como si TOLEDO FUERA MÍO, MÍO, MÍO... Y DE NADIE MÁS.
¿Pasa algo? Chulería en estado puro, ya digo.