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lunes, 18 de abril de 2011

M. A. BARRACUS JALEA A JESÚS EN JERUSALÉN

Domingo de Ramos.

Quien no estrena,

pierde las manos.


Hace un rato largo que Emiliano García Page se pasó ocho pueblos agitando su personal coctelera ideológica: religión a voluntad, unas gotitas de Constitución al gusto sin que haya que temer sanciones por contravenir incluso ordenanzas estatales (tal para cual) y abundante hielo para atemperar los ardores legalistas. Ahora bien, se presente como se presente, con azúcar glaseado en los bordes de la copa y una guinda en el fondo o a palo seco, el resultado hiede que apesta a ambigüedad calculada. Y ya se sabe que, si la ambigüedad en política es cosa de chisgarabises, la ambigüedad calculada es igual de inane pero infinitamente más arriesgada, porque a la postre es muy posible que te deje sin pan y sin perro. ¿Hace falta explicar que cada día son más quienes, creyentes o no creyentes, comprenden que estado y religión casan mal en la misma copa? ¿Hace falta explicar que, por ésta y otras razones similares, la abstención crece a pasos agigantados entre la izquierda?


¿Hace falta explicar, en fin, que en este asunto no interviene únicamente el mandato constitucional, sino la dignidad y el respeto al prójimo? Conozco a un exconcejal, miembro que fue de la primera corporación democrática que, tras verse sometido a la vergüenza (ajena) de un debate en que se reprochaba a unos cuantos ediles no haber asistido a la procesión del Corpus, le llegó el turno de explicar sus razones. La respuesta no pudo ser más sencilla: "No he asistido ni asistiré a ninguna procesión religiosa por respeto a los creyentes".


Sí, sí, tú dame pan y llámame tonto.


Y aun así, debo reconocer que esta vez la presencia de García Page en la procesión de las palmas me ha impresionado especialmente. No sé si por la propia prestancia de la figura en sí o por cierto aditamento que, por si quedaba alguna duda, añade auténtica majestad al cuadro y un nuevo peso al electoralismo rampante. Como todo el mundo puede observar en las fotos de prensa, me refiero a que en esta ocasión, el señor Alcalde no sólo se ha ataviado con el traje inconstitucional de costumbre sino que además se ha investido con el aura de un hermano mozárabe, merced a ese toisón, digo, collarón, que le cruza el pecho de hombro a hombro, en lugar del sencillo cordón municipal que corresponde al cargo. Así que, reconozcámosle al menos la habilidad de superarse a cada paso: inconstitucional y antirreglamentario en una sola tacada, ahí es nada. Y yo me pregunto a cuento de qué y quién dará más.


Todo sea por el pan, aunque me llames tonto.


Por esta regla de tres, también estoy por preguntarme si no lo veremos cualquier día con la quipá y la chilaba por si todavía queda algún votito judío en la judería y otro morito en la morería. Por aquello de las tres culturas, digo. Claro que en el caso del collarón sinceramente no creo que haya la menor intención electoralista, sino más bien una cierta inclinación hortera hacia el oropel y el relumbre a imitación del negro del Equipo A.


Dejémonos de mamonadas, aquí importa lo que importa: las masas enfervorizadas se corren de gusto con estas manifestaciones de glamour y buen gusto de sus representantes.


La procesión discurre solemne según lo previsto y por sus pasos contados. Como debe ser.


Hasta que una voz tímida pero desgarrada solicita un milagro: "Dignidad, trabajo y Constitución".


De entre la fila de los palmeros socialistas, sale un susurro imperioso: "Un respeto, que está pasando la borriquita".


Por todas las esquinas, sobre las cabezas de la asombrada muchedumbre, asoman su jeta los guardias por si acaso.


Pero no pasa nada.

1 comentario:

  1. Excelente ese requiebro final, ese entrañable diminutivo que justifica el siseo para hacernos callar: ¡un respeto, que está pasando la borriquita! Quién puede, ante tal estampa, osar a decir ¡ya está bien, que no es esto, que no era para esto! Pues nada, que pase la borriquita primero y luego todos los demás.

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