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sábado, 26 de marzo de 2011

VERDADES COMO PUÑETAZOS O ASÍ

Descartando a los niná-ninás (también conocidos como sinsoleos), que maldito lo que interesan a nadie, es sabido que dentro de la subespecie de los políticos los podemos encontrar de dos clases: los de acero inoxidable y los de plastilina color vainilla. Y esto, de no suceder nada especial, suele ser así desde el principio hasta el final de sus trayectorias públicas. La cuestión se vuelve confusa y espinosa cuando, por el motivo que sea, tanto los de una clase como los de la otra le dan un vuelco al propio depósito de la hiel y un buen día se nos aparecen con el pie totalmente cambiado.


Pero vayamos a lo que importa.

Perplejo total, como quien dice, escucho a José Manuel Molina, anterior alcalde de Toledo, algunas verdades, no como puños, sino más bien como puñetazos, durante una entrevista que le hacen en la radio. Verdades, para entendernos, como las que nunca se atrevió a pronunciar cuando ostentaba la más alta representación de la ciudad, aquel tiempo en que su inquietud constante parecía ser la de no hablar por no ofender. Pasara lo que pasara, y sin dejar de sonreir. Grave error.

Una de ellas, que se dispara a través de las ondas con la encarnadura de una aviesa advertencia, tiene por objetivo indudable a la candidata a sucederle en la alcaldía toledana. Asegura Molina que el alcalde o alcaldesa debe vivir en la ciudad. En fin, parece más que razonable que así sea. Aunque, ya puesto, yo habría pedido alguna explicación ante el hecho de que el primer acto de la precampaña de esta buena mujer haya consistido en rendir pleitesía, no al vecino más anciano o a la vecina más valiente o al primer toledanito nacido en aquel día, sino al Niño de los Patronatos, hijo adoptivo a la sazón... Que ya me contará la dicha aspirante de qué va la cosa en cuestión y si habrá de discurrir por estos cauces la gestión de su mandato en caso de que gane las elecciones (n. l. p. d. n. b.).

Sin embargo, como diría el otro y dada la entidad del asunto en cuestión, peccata minuta.


La que de verdad llamó mi atención entre las declaraciones de Molina fue aquella en que, evocando la fanfarria mediática con que se declaró la presencia en la Vega Baja de basísilicas y mezquitas, pedía, cuatro años y muchísimo dinero después, que alguien le enseñara las mezquitas y las basílicas.

Y yo, por aquello de hablar por no callar, pregunto: ¿Ahora me viene usted con ésas, señor exalcalde?


Tarde. Muy tarde.


Y aun así déjeme que le dé un poco de aire a las incógnitas que me corroen: ¿Por qué no abrió el pico entonces, cuando tantos toledanos esperaban deshacerse de aquella larga cambiada con que les toreaban mindundis de aquí, de allá y de acullá?

¿Por qué, a la vista de la artera maniobra, no defendió con uñas y dientes su proyecto, que también lo era del Pepé tanto como del Psoe, no lo olvidemos, pero que sobre todo lo era de cientos de familias que aspiraban a una vivienda digna y de precio razonable, además de contribuir al desarrollo de una zona de vital importancia para una racional expansión de la ciudad?


¿Cuál fue la razón verdadera de que, aparentemente sin pestañear, se tragara aquel sapo, infecto por más que nos lo presentaran envuelto en el celofán de la cultureta?


¿No sería que se vio demasiado solo, es decir, huérfano de un partido que le amparara, como ya había ocurrido en otras ocasiones?


¿O acaso será verdad lo que las lenguas de doble filo cuentan acerca de un mandato hipotecado por las tan presuntas como famosas diez condiciones garrapateadas de cualquier manera en un folio por el ínclito señor Bono, ya saben, aquel napoleoncito de baratillo que, en los ratos que le dejaban libre la cría caballar y otras ambiciones, nos machacó a trampas, subvenciones y frases hechas durante tropecientos años con la bendición de monjitas y arzobispos preconstitucionales.

¿Es que no conocía de sobra Molina al personaje en cuestión?


¿O es que el chantaje resultaba de tanta enjundia que no dio con la manera de escaparse?


La verdad es que no lo creo, y en todo caso tampoco es tan difícil imaginar el color de la carnaza: "Tú no me tocas los bilgüilis a mí y yo te permito a ti, por ejemplo, colocar un pedazo de columna en mitad enmedio de la calle que lleva a las Cortes. Ya sabes que en esta tierra nada se mueve ni aparece en la foto si a mi menda no le sale de allí mismo. Y son lentejas, querido. O te las comes o te echo un discurso."


De todos modos, sabido que estas tardías pataletas no mueven molino y obligado a no olvidar en ningún momento el país en el que estamos, debo decir que acto seguido retiro parte de lo dicho: como puñetazos, no; sólo como picaduras de mosquito en la piel del paquidermo.

Una vez más, únicamente nos queda ser realistas.

EL MUSEO DE EL GRECO

Que últimamente sea éste un país de aznares y zapateros me parece a mí que no nos permite pensar que todo el campo sea un orgasmo. En general, está más que probado que aquí nos nace de vez en cuando un Picasso, un Induráin, un Ramón y Cajal, un Azaña, un Moneo, incluso un Miguel de Cervantes, etc. O sea, que tampoco es que seamos una tribu de inútiles, manazas y descerebrados.
Y, sin embargo, ya sea porque a este país que roza la pobreza le sobra el dinero, sea por el incontenible afán perfecccionista de sus autoridades, el caso es que ejemplos como el del Museo de El Greco son incontables.
Y Toledo, en esta cuestión en concreto, escribe una de las páginas más esclarecidas que puedan ambicionarse. Estoy seguro.
¿Se ha detenido alguien a contar la cantidad de reformas que en no muchos años se han llevado a cabo en el entrañable caserón de la judería? Y, ya de paso, ¿ha logrado averiguar por qué?
Lo dicho, el arrepentimiento subsiguiente a cada una de ellas por parte de sus autores o no saber qué hacer con esos capitales que a todas luces nos sobran tienen que ser la explicación. Si no, la verdad , no se entiende.
Naturalmente, del trastorno que ello supone para la "industria cultural" de la ciudad no hablamos. Para qué. Con los discursos ya tenemos bastante.
Claro que si vamos de museos y de industria cultural, podríamos dedicar un recuerdo para el de Santa Cruz (me da la risa tonta sólo de pensar en los años que llevamos de obra), o para el de Arte Contemporáneo, que de ése ni se sabe.
Y si hablamos de arrepentimientos (o perfeccionismo) y despilfarro, para qué nos vamos a poner a contar las reformas que van acumuladas, por ejemplo, en el Hospitalito del Rey o en la Residencia de S. Juan de Dios, con la consiguiente precarización de un servicio tan absolutamente necesario como escaso. ¿Sabes lo que te digo? A los viejos, que les den, pues sí que...
Finalmente, y para que no se diga que tengo la mirada encenizada, me alegro sinceramente de la reinauguración del Museo de El Greco, cómo no; pero permítanme que, escaldado como un pollo en agua caliente, lance un desafío al personal: ¿Cuánto tiempo pasará antes de la siguiente reforma?
Se admiten apuestas.